Mucho se ha debatido sobre la noción de cultura, sobre todo desde que este término se integra en expresiones ya ampliamente extendidas como “políticas culturales”, “industrias culturales”, “cultura popular”, “patrimonios culturales”, “multiculturalismo”, “cultural studies”, “culturismo” y un largo etc.

Baste pensar la mención que encontramos de Robert Borofsky acerca de las más de 150 definiciones de cultura que se encuentran en Culture: A Critical Review of Concepts and Definitions, de Kroeber y Kluckhohn, 1.952.

La RAE recoge entre sus distintas acepciones, que se trata de un cultivo, y en este sentido tiene su origen la “clásica” noción de cultura, con su significado del cultivo de “las artes y las letras”, derivado de los idealistas alemanes (Goethe, Hegel, Schiller), como una formación intelectual, estética y moral del ser humano, lo que le permitiría vivir plenamente su propia autenticidad, registrando la etimología de “cultura” como cultivo o aprovechamiento de la tierra, pero también del cuerpo y del alma. La RAE menciona, aunque es desuso, la acepción de culto religioso.

Por otra parte, la Real Academia de la Lengua no deja de definirla como un conjunto de conocimientos de un solo individuo, y así hablamos de tener una “cultura general”, o bien sea de toda una comunidad o colectividad y entonces se trata de los modos de vida (religioso, artístico, científico, industrial, etc.) que esta adopta y que la definen. Serían sus “señas identitarias”.

Por esta vertiente se recogen todas las definiciones que de la cultura expresa la Antropología, ciencia que tuvo su apogeo en el siglo XIX y comienzos del XX (Boas, Tylor, Radcliffe Brown, Malinowski) hasta desembocar en Claude Levi-Strauss. Una referencia ineludible en esta faceta, es el texto de Adam Kuper, Cultura. La versión de los antropólogos.

En este sentido amplio, la cultura forma parte de la atmósfera en la que nos desarrollamos los humanos. Constituye parte de nuestro pasado, nuestro presente inmediato y nuestras expectativas de futuro. Toma forma en las relaciones entre individuos, de nuestros modos de hacer, nuestros hábitos y costumbres, nuestros pensamientos, nuestros ideales y principios… y por tanto empapa todos los aspectos de nuestro día a día. Se trata del sentir de una colectividad, de un código que permite la relación entre sus miembros mediante un acuerdo tácito imperceptible.

No podemos dejar de incluir la definición que el profesor Zallo plantea en su texto Repensar la noción de cultura, en su trabajo “La cultura y la comunicación-mundo en crisis”: “Memoria colectiva que hace posible la comunicación entre los miembros de una colectividad históricamente ubicada” y que “crea entre ellos una comunidad de sentido (función expresiva), les permite adaptarse a un entorno natural (función económica) y por último, les da la capacidad de argumentar racionalmente los valores implícitos en la forma prevaleciente de las relaciones sociales (función retórica de legitimación, deslegitimación)”.

La extensión de esta comunidad o colectividad es determinante en los intensos debates sobre nacionalismos, cosmopolitismos, universalismos y particularismos.

Recogemos en una cita, la antigüedad de esta polémica: “Abracemos en nuestro espíritu dos estados; el uno grande y verdaderamente común a todos, en el que se incluyen dioses y hombres, en el que no dirigimos la vista a este o aquél ángulo, sino que medimos los límites de nuestra ciudad con los del sol; otro al que nos adscribió el hecho de nacer: este será el de los atenienses, el de los cartagineses, o el de cualquier otra ciudad que no pertenezca a todo los hombres, sino a unos en concreto. Algunos se entregan al mismo tiempo a ambos Estados, al mayor y al menor, algunos sólo al menor, otros sólo al mayor.”

Castells reseña una cita del trabajo de Lash y Lury, autores que destacan el cambio cualitativo que ha significado la globalización para el ámbito cultural: “En 1975 la cultura era fundamentalmente una superestructura (…) las entidades culturales eran todavía algo excepcional (…) en 2005 las manifestaciones culturales están por todas partes: como información, como comunicación, como artículos de marca, como servicios de transporte y ocio, las entidades culturales ya no son la excepción: son la regla. La cultura desborda la superestructura y se infiltra en la propia infraestructura, transformándola”.

Aquí entra en juego la Sociedad de Consumo actual, la lógica del consumo que entiende como “cultural” cualquier producto que consuma mi necesidad inmediata. La Cultura, no debe quedar atrapada por un pensamiento calculador (tantos usuarios de Internet, tantos televisores por metro cuadrado, etc.) o por la razón instrumental, siendo este último objeto de estudio de la Escuela de Frankfurt (Adorno, Horkheimer, Habermas…).

Igualmente se incluye en este debate actual las oposiciones entre la “alta cultura” y la “cultura popular”. En la medida en que la “alta cultura” (ópera, música clásica, danza, pintura…) estaba limitada, en los siglos XVIII y XIX a las élites europeas, entra en oposición con los segmentos más populares de esas mismas sociedades.

  1. Mattelart realiza una dura crítica a la ideología universalista, cuyas bases asocia a las del proyecto neoliberal al afirmar: “Este estado de cosas es el saldo de la historia del siglo XX y de la tensión entre la filosofía cosmopolita de la cultura, heredera lejana del Siglo de las Luces, y el proyecto totalizador aportado por los universales de la comunicación y sus vectores técnicos. En el paso de la una al otro, las relaciones culturales se han metamorfoseado en herramienta de la política de poder.”

Dos acepciones del cultivar (según RAE):

  • Ponerlosmedios necesarios para mantener y estrechar el conocimiento, el trato o la amistad.

  • Criaryexplotar seres vivos con fines industriales, económicos o científicos.

En resumen: CULTURA, una buena palabra que ayuda a seguir pensándola.

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